Por ENRIQUE LACOLLA (*)
Puntos claves del año
que se va.
Este año se han profundizado todos los síntomas que hablan
de la inviabilidad del sistema de poder organizado en torno del capitalismo
salvaje y de su desprendimiento teórico: el neoliberalismo. Al referirnos a
inviabilidad aludimos por supuesto al carácter insoportable de las políticas
que se ponen práctica para mantener firme el estado de cosas; no a la aptitud
del sistema para forzar la existencia de este. Aunque tal esfuerzo plantee el riesgo
de una conflagración económica y militar a gran escala, que acerque al mundo al
borde de una crisis terminal.
Los países que han concentrado el poder económico,
diplomático y militar a lo largo del siglo XX experimentan una tensión, inédita
en las últimas décadas, que es consecuencia del rebote, en sus mismas
sociedades, de las políticas de la Escuela de Chicago y su doctrina del shock.
Aplicadas a rajatabla desde 1970 sobre el cuerpo de los países emergentes,
produjeron una devastación que, en América latina, engendró finalmente una
respuesta; exteriorizada entre nosotros con la debacle del 2001 y luego con un
cambio parcial de los parámetros económicos, cambios de los cuales los
gobiernos Kirchner suministran un ejemplo.
Las doctrinas de la Escuela de Chicago, que llevan a una
especulación desenfrenada, a la híper concentración del capital y a la
reducción del Estado al papel de mero ejecutor de las políticas originadas en
los centros financieros, al generar un desequilibrio entre la producción genuina
y los capitales inflados por la acumulación especulativa, terminan rompiendo el
tejido social y dando lugar a una política de shock instrumentada por el
capital concentrado para avanzar sobre la sociedad indefensa. Porque de aquí
resulta, una vez que la burbuja especulativa ha reventado, una política de
ajuste que termina convirtiéndose en el sine qua non del sistema. Se explota de
forma cada vez más implacable a los más pobres, se liquidan los últimos
remanentes del Estado de Bienestar y se vacía de todo contenido al concepto de
democracia, toda vez que los electores no son consultados acerca de las medidas
a tomar para conjurar la crisis, sino apenas para escoger entre variantes
cosméticas de una misma solución. Si incluso cuando a un primer ministro, como
el griego Georges Papandreu, se le ocurre convocar a un referéndum para
consultar al pueblo acerca de la conveniencia o no de aceptar el plan de
austeridad que se impone a su país desde afuera, debe enmendar la plana,
renunciar a su cargo y dar vía libre a la instalación en él de un “técnico”
expresivo de los intereses más crudamente fiscalizadores de unos organismos
internacionales a los que no elige nadie. Lo mismo sucede en Italia, donde los
partidos políticos se postran de rodillas ante otro “técnico”, Mario Monti,
adalid del ajuste y representante orgánico de la banca europea.
La secuela del sometimiento de la política a la economía,
que nosotros experimentamos de manera trágica durante la década del 90, en
Estados Unidos y la Unión Europea sólo en los últimos años está manifestando su
feroz carácter. Como apunta el profesor Salvador Treber, la merma de la
actividad económica y los niveles de desocupación han creado ahí conflictos
sociales potencialmente explosivos. “Basta recordar que en dichas economías hay
14,2 y 23,5 millones de parados; que elevan a 225 millones los desempleados en
todo el planeta”. El rebote de esta crisis se manifiesta en movimientos como el
de los “indignados” que, comenzando por España, está ganando a muchas de las sociedades
occidentales, incluso Estados Unidos.
La crisis global
Esta situación de angustia tiene un correlato en la
creciente agresividad que las potencias del Occidente imperial están
demostrando en relación al mundo subdesarrollado. La crisis no detiene la
agresividad imperialista; al contrario, parece fomentarla.
En los países de norte de África y el Medio Oriente, la cada
vez más intolerable degradación económica precipitó hace exactamente un año el
estallido de la llamada “primavera árabe”. Túnez y Egipto se levantaron en
primer término. El objetivo de los alzamientos era derrocar a gobiernos títeres
de Estados Unidos, exponentes de las prácticas más desembozadas del
neoliberalismo económico y obsecuentes seguidores del dictado estratégico de
EE.UU. y la UE. El objetivo primario –derrocar a los dictadores- fue logrado,
pero luego el sistema global procedió, en particular en el caso egipcio, a
desplegar sus habilidades tácticas gatopardescas, cambiando algo para no
cambiar nada. A Hosni Mubarak lo reemplazó el Ejército, que en suma no es otra
cosa que una criatura de aquel, pese a su negativa a reprimir a las masas
cuando se hizo evidente que el desgaste del jefe del gobierno era irrevocable.
La situación allí, sin embargo, está lejos de haberse estabilizado
con la procuración de esa válvula de escape y hoy es el día en que el pueblo
egipcio ha vuelto a salir a la calle y a manifestarse contra el gobierno
militar a pesar de la feroz represión de que es objeto.
Lo más importante de todo, sin embargo, fue el hecho de que
el imperialismo aprovechó la ocasión de la “primavera árabe” para confundir los
tantos y lanzar una serie de procesos de desestabilización en la zona. Estas
operaciones no fueron el fruto de una improvisación, sino de la explotación de
una oportunidad que se ofrecía para poner en práctica planes largamente
madurados. El más grave de estos episodios fue el generado en Libia, aunque es
evidente que hoy se intenta reproducir este mismo escenario en Siria, como
preludio a una eventual demolición aérea de Irán, para la cual nunca faltarán
pretextos.
Libia
En Libia asistimos a una de las puestas en escena más
completas y perfectas del guión urdido en las usinas de la CIA y de los
servicios secretos occidentales para plasmar el destino del siglo XXI. La
agresión contra los países o gobiernos que son renuentes a someterse a las
exigencias del plan general que estipula el centro imperial, se ha convertido
en una norma. El caso libio es arquetípico de un tipo de operación asentada en
tres fases: la desinformación mediática, el aislamiento diplomático y
económico, y la agresión militar. Para esta última se utiliza una combinación
de fuerzas que van desde el fomento a las divergencias internas de carácter
confesional o étnico que existen en el país sobre el que se quiere operar,
hasta la intervención directa de las fuerzas internacionales y la introducción
de “guerrilleros de la libertad” extraídos por la CIA del tejido de células
terroristas que ella misma ha montado, en complicidad con la monarquía saudita,
para desestabilizar el entero arco que va del Magreb al Mashrek. Esto es, del
Poniente al Naciente del mundo árabe.
La operación contra Libia se ajustó paso a paso al guión
predeterminado. Estado de transición entre esas dos porciones del mundo árabe,
allí se fogoneó la insurrección en Cirenaica contra las autoridades centrales
asentadas en Tripolitania, se la alimentó luego con “combatientes de la
libertad”, provenientes de Qatar y de Arabia Saudita, se agigantó y deformó la
proporción de ese conflicto hasta hacerlo pasar por una guerra civil; se armó
un batifondo mediático sobre el supuesto genocidio que Gaddaffi estaba
cometiendo contra su propio pueblo y sobre esa base se justificó una vergonzosa
intervención internacional que fue endosada por las Naciones Unidas. Todo lo
cual acabó con la matanza de mucha de la misma gente a la que se decía querer
proteger, y con el infame linchamiento de Gaddafi, último exponente del
movimiento nacionalista árabe que protagonizara la revolución anticolonialista
posterior a la segunda guerra mundial.
Siria e Irak
El mismo escenario se propicia en Siria, aunque en este caso
las dificultades para ponerlo en práctica son mayores dado que se trata de un
país más densamente poblado y que importa a Rusia por las facilidades de que
disfruta en el puerto de Tartus para situar a las unidades de su flota del
Mediterráneo. De todos modos se conjugan allí líneas de fuerza que apuntan al
desplazamiento del actual representante de la dinastía republicana de los Al Assad
y que no difieren, en su mecánica, de las empleadas contra Libia. Se infiltra
armamento para grupos insurgentes a través de las fronteras con Turquía,
Jordania y el Líbano, se busca crear una riña entre sunitas y chiítas que
reproduzca la alimentada en Irak y se apunta a un desmembramiento del
territorio sirio, de acuerdo al principio maestro del imperialismo en todos los
tiempos, “dividir para reinar”.
Mientras tanto se difunden informaciones de masacres no
comprobadas pues no se dispone de pruebas documentales serias respecto a ellas,
pero que son esparcidas en forma sistemática y permanente por los mass-media,
en un tono admonitorio y perentorio que no admite réplica y que instala una
verdad a la que en apariencia nadie se anima discutir. La escasa simpatía que
suscita en occidente un régimen autoritario como el sirio contribuye a
facilitar la empresa, pues el público no está acostumbrado a deslindar los
factores objetivos que pueden informar a una situación dada y tiende a englobar
en un juicio negativo a regímenes que le son exóticos, no conoce y a los que no
concede el beneficio de la duda.
El embargo comercial y el bloqueo aéreo son dos instrumentos
de presión que se pusieron en práctica contra Libia. Lo mismo busca la
conjunción occidental formada por EE.UU. la UE e Israel, respecto a Siria e
Irán. Hasta ahora no ha tenido posibilidades de legitimar su deseo a través del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas debido al seguro veto que Rusia y
China interpondrían a tal pretensión. Pero quedan vías alternativas, como un
eventual mandato de la Liga Árabe, cuyos dirigentes se manifiestan diligentes
en seguir los dictados de Washington, a sabiendas que este es el tubo de
oxígeno que les permite respirar en el seno de sociedades que los desprecian o
los sufren resignadamente.
Turquía está convirtiéndose en un peón de esta política,
bien que a partir de consideraciones geoestratégicas que atienden a sus propios
intereses mucho más que a los que se le marcan desde afuera. Pero es un hecho,
reportado por órganos responsables de la prensa alternativa, que Ankara está
operando de consuno con la Otan una política que apunta a desvincular Siria e
Irán para fortalecer su propia influencia en la zona. Al mismo tiempo está
incrementando sus capacidades militares en las fronteras con esos dos países.
En 2012 Turquía lanzará un programa de fabricación masiva de misiles de crucero
destinados a equipar a su marina, mientras que su fuerza aérea empezará a
recibir cazabombarderos de última generación provistos por Estados Unidos, que
serían de gran utilidad en un conflicto regional generalizado. También está
permitiendo la ampliación de las bases de la Otan que se encuentran en su
territorio y se debe consignar que en septiembre de este año Ankara se sumó al
proyecto norteamericano de levantar un escudo antimisiles. Este proyecto es
antagonizado por Moscú y Teherán, que se oponen resueltamente a él y han
amenazado con proceder contra las bases que se erijan a tal propósito.
En este contexto se pretende describir a la retirada
norteamericana de Irak como una demostración de la voluntad pacificadora de la
gran potencia, que habría llegado a ese país para liberarlo de la opresión de
un tirano cruel y que nueve años después de ese arribo podría retirarse con la
frente en alto al precio de entre cuatro y cinco mil valiosas vidas
norteamericanas. Aunque parezca mentira, es necesario brindar algunas
precisiones acerca de esa gloriosa hazaña, pues la memoria del gran público es
floja. Lo que Estados Unidos deja atrás son, por un lado, una presencia estable
que alcanzará a 16.000 agentes diplomáticos y militares guarecidos en la Green
Zone, y varias decenas de miles de “contratistas”, eufemismo utilizado para
designar a los mercenarios a sueldo del gobierno norteamericano o de los
poderes locales que requieren de sus servicios. A ellos se añade una presencia
militar masiva estadounidense en la frontera, en Qatar, presta para intervenir
si fuera preciso.
Pero lo más significativo de todo es el estado en que queda
Irak después de nueve años de sangrienta ocupación. Los estadounidenses dejan
detrás de sí un país destruido, fragmentado en tres segmentos enfrentados entre
sí y entre los cuales la guerra civil puede volver a brotar en cualquier
momento. El Irak de Saddam era un estado opresivo y represivo, pero era una
unidad provista de sentido, con servicios médicos apropiados a su circunstancia
y con una población adecuadamente educada para los estándares del Medio
Oriente. Todo eso voló en pedazos. Varios cientos de miles de personas
(¿cuántas: 250.000, 500.000, un millón?) murieron victimas de la violencia
bélica, de los conflictos fratricidas entre shiítas, sunitas y kurdos,
fomentados a sabiendas por los atentados fundamentalistas o urdidos por los
mismos ocupantes para agravar el foso entre las comunidades. La salud pública
se ha derrumbado y una parte importante de la población ha buscado refugio en
países vecinos. No hablemos del saqueo del patrimonio cultural cumplido en los
primeros días de la invasión: algunos de los vestigios más importantes de los
orígenes de la civilización volaron desde los museos de Bagdad a destinos
desconocidos.
“Af-Pak”
La salida de Irak, de cualquier manera, es una forma de
camuflar el desplazamiento del eje gravitatorio del activismo militar norteamericano
hacia el escenario “Af-Pak” (Afganistán-Pakistán). Allí los norteamericanos, si
bien siguen atascados en sus operaciones contra el Talibán, se anotaron un
triunfo con la muerte de Osama Bin Laden, la “bestia negra” de la propaganda
norteamericana desde los atentados al Pentágono y a las Torres Gemelas, cuya
funcionalidad para suministrar los pretextos oportunos para activar el
activismo del gobierno de Estados Unidos el público de ese país no suele tener
en cuenta.
Lo más significativo de este escenario es que en él
parecería estar creciendo el propósito de deshacerse del aliado paquistaní,
durante mucho tiempo un socio confiable para resistir la presión rusa en Asia
central y para combatir las simpatías filosoviéticas del antiguo Partido del Congreso
en la India. Ahora el ascenso de Pakistán al grado de potencia nuclear y el
islamismo exaltado que parecería inspirar a su población y a sus fuerzas
armadas y servicios de inteligencia, lo están convirtiendo en una presencia
incómoda. Sólo las expresas declaraciones chinas en el sentido de que no
permitiría una agresión contra Islamabad o una merma del territorio paquistaní
están conteniendo, por ahora, el dinamismo norteamericano. Pero la prudencia no
es moneda corriente ni en la Casa Blanca ni en el Pentágono.
La excepción
suramericana
Uno de los pocos lugares en el mundo que parece estar
zafando de la crisis y de la ventolera bélica que suele irle aparejada, es
América latina. Por cuánto tiempo no se sabe, pero por ahora el
redescubrimiento de una identidad fundamental que proviene de nuestra historia
común y de la evidente necesidad de blindar nuestros recursos contra los
apetitos cada vez más grandes de los centros del poder global, parecen estar
induciendo a nuestros gobernantes a una maduración acelerada. La cuestión
reside en saber hasta qué punto esta maduración puede extenderse a la
generalidad del cuerpo político, habituado a vivir en una situación de
dependencia psicológica y de contubernio económico con las grandes potencias.
La difusión de una conciencia que obligue a asumir y mantener políticas de
estado que obliguen a la preservación de nuestros recursos naturales y a su
explotación de acuerdo a nuestras conveniencias, será un dato fundamental para
la configuración del futuro de América latina.
La creación de la CELAC (Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños) y la presencia de la UNASUR (Unión de Naciones
Suramericanas) suponen u hecho importante, tanto como fundamento de la
progresiva unidad de estos pueblos como muro defensivo contra las iniciativas
diplomáticas y eventualmente militares que podrían surgir en el futuro, en
torno de las inapreciables reservas naturales que atesora el subcontinente.
En este escenario ha irrumpido por estos días la cuestión
Malvinas con una rispidez que denuncia los intereses que se mueven en torno de
este tema. Inglaterra ha endurecido su discurso ante los reclamos argentinos en
el sentido de sentarse a conversar sobre la soberanía sobre las islas,
proclamando por boca de su primer ministro David Cameron que las islas son
británicas hasta que sus pobladores decidan de otro modo. El puñado de kelpers
que las habitan por supuesto que no va a pronunciarse en otro sentido que en el
señalado por Cameron, en especial debido a los recursos petrolíferos que están
comenzando a sondearse en su cuenca marítima y más allá de esta. En la reunión
del Mercosur en Montevideo los países de la región decidieron plegarse a la
valiente decisión del Presidente uruguayo, Pepe Mujica, en el sentido de no
permitir la entrada a sus puertos de cualquier nave que portase la bandera de
conveniencia de las “Falklands”, que los lugareños –o para ser más precisos los
intereses comerciales y empresarios que allí se mueven- han habilitado para
refrendar su pertenencia a la Comunidad Británica y para evidenciar la
inexistencia de cualquier vínculo con Argentina.
El gesto producido por el Mercosur es una orientación
respecto del camino que se debe andar para integrar en algún momento al
archipiélago malvinense en la comunidad latinoamericana. Incluso Chile –que de
momento es un país asociado pero no un socio pleno- se plegó a la decisión de
vedar sus puertos a esos navíos. Dados los antecedentes históricos del
contencioso malvinense el dato tiene su importancia.
Ahora bien, si el asunto Malvinas no es, o no debe ser, un
problema exclusivamente argentino sino afectar a la región en su conjunto, hay
que tomar en cuenta que nuestro país es el primer afectado por el contencioso y
el que con más seriedad debe tomárselo. El gesto del Mercosur irritó aun más a
Londres y supuso una escalada de trascendidos e informes periodísticos que
hablan de un reforzamiento de la ya sustancial guarnición británica en el
archipiélago e incluso del envío de un submarino nuclear a la zona. Probablemente
este sea un ruido de vainas más que de sables, pero no es cuestión de
descartarlo con ligereza. En este sentido conviene recordar que Argentina, en
gran medida por una política de gradual desguace de sus Fuerzas Armadas se
encuentra virtualmente indefensa. Y por mucho que la Presidente declame las
razones que validan nuestra soberanía sobre las islas, si el país no es capaz
de existir como fuerza militar atendible jamás podrá sustentar sus reclamos
diplomáticos de manera convincente. La defensa hemisférica debe ser una de las
responsabilidades de la UNASUR, pero es ilusorio suponer que nuestra parte en
ella pueda ser delegada en Brasil y los otros países asociados.
Notas
Salvador Treber en La Voz del Interior del 23.12.11.
Mahdi
Darius Nazemroaya, The March to War: Iran and the Strategic Encirclement of
Syria and Lebannon, Global Research, 24 de Diciembre de 2011.
(*)
Enrique Lacolla. Escritor, periodista y docente. Desde 1962 a 1975 miembro de los Servicios de Radioteledifusión de la Universidad Nacional de Córdoba.
Entre 1975 y 2000 miembro del staff de La Voz del Interior, donde continuó colaborando en forma asidua hasta abril de 2008.
Profesor titular de Historia del Cine en la Escuela de Cine de la UNC desde 1967 hasta 2002, salvo durante el interregno producido por la Dictadura.
Entre 1975 y 2000 miembro del staff de La Voz del Interior, donde continuó colaborando en forma asidua hasta abril de 2008.
Profesor titular de Historia del Cine en la Escuela de Cine de la UNC desde 1967 hasta 2002, salvo durante el interregno producido por la Dictadura.
Libros recientes publicados:
El Cine en su Época - Aportes para una historia política del filme (2003)
El Siglo Violento - Una lectura latinoamericana de nuestro tiempo (2005)
Apuntes de Ruta (2006)
Galardonado en el año 2005 con el Premio Consagración Letras de Córdoba, la más alta distinción que otorga la Provincia al mérito literario.
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